Hace algunos años que vivo en un espacio natural de una singularidad privilegiada -aunque sea dicho en honor a la verdad que paso poco tiempo allí-, cerca hay un manantial natural de agua con una salinidad del 6%, el lugar se denomina “Font Salà”; desde muy antiguo se le ha reconocido popularmente ciertas propiedades curativas de la piel. Es frecuente encontrarte con gente que va a bañarse allí de los pueblos cercanos, y no tan cercanos y constato la presencia frecuente de algunos extranjeros.
El otro día, con ocasión de una fiesta popular, me encontré con un amigo médico especialista de la piel y al preguntarme dónde vivía, le dije que a tres kilómetros del pueblo cerca de la “Font Salà”, a lo que dijo inmediatamente, “pues yo envío gente a dicha fuente”, seguidamente le pregunté: “has estado allí”, a lo que me dijo: “no”, pero tengo que ir aprovechando que estás tú por allí, ya nos pondremos en contacto…
Pues bien, a pesar del tiempo que llevo viviendo allí, hace un año que he comprobado en mi propia piel -nunca mejor dicho- las propiedades de las aguas del manantial bañándome allí y llevándome en una botella agua para uso epidérmico.
Esta experiencia me ha llevado a hablar de otra manera de dicho manantial, pues antes todas las personas que venían, compañeras y compañeros, amigas y amigos, familiares… era un paseo obligado para mostrar la singularidad del agua cristalina, suave, su salinidad que a veces sorprendía cuando se intentaba beber, así como la temperatura constante de 26 grados… En cambio ahora, cuando viene alguien le hablo de la propia experiencia, le muestro las señales y las secuelas, lo que curiosamente les lleva a evocar situaciones personales en las que les vendría bien esa agua para sí mismo o para algún familiar o amigo.
Esto me confirma algo muy interesante. Hoy cuando estamos constatando la dificultad de transmitir los valores y la fe, esta experiencia me está indicando un camino esencial: sólo se trasmite lo que se vive, es más si el decir no es expresión de lo que se vive, difícilmente se recibe. Una vez más he visto cumplido aquello que Pablo VI nos dijo en su gran encíclica “Evangelización del mundo contemporáneo”: El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, y si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio” (EN 41).
Nacho