Una de las frases que más he oído, durante mi estancia en Venezuela, ha sido ésta: ¡Bendígame, padre! o ¡Qué Dios le bendiga! Hasta el último día, el conductor del microbús que nos llevaba al aeropuerto, al llegar al mismo y darme la maleta me dijo ¡Padre, su bendición!…
Al subir al avión, de regreso a Roma, sabiendo que dispones de mucho tiempo, que no puedes hacer nada más que aguardar a que pase, me preguntaba qué dirían los maestros de la sospecha (Marx, Freud y Nietzsche) de las bendiciones que di y de las que me desearon… qué opinaría Bonhoeffer que en sus escritos desde la prisión exhortaba a vivir en el mundo secular “como si Dios no existiese”; qué dirían algunos teólogos actuales que cuestionan la oración de petición, los que critican la religión y tienden a reducir el cristianismo a la inmanencia de una ética secular…
Yo también me preguntaba: bendecir públicamente a una persona, en cualquier lugar ¿es un resto de la Cristiandad barroca y decadente que todavía se resiste a morir? ¿es un fruto típico de los países subdesarrollados? ¿estaré yo haciendo el juego al conservadurismo involucionista? ¿habré pecado de clericalismo patriarcal? ¿estaré fomentando la fe de carbonero o incluso la superstición? ¿es, política y eclesialmente correcto, hacer lo que he hecho? ¿me hubiera debido negar a darles mi bendición?
Y sin embargo, más allá de estos cuestionamientos y ambigüedades, uno se pregunta si la hemorroísa que tocó el borde del manto de Jesús no lo hizo con una fe profunda que el Señor alabó. Uno se pregunta si la fe y devoción de los pobres, de los que no tienen otros recursos, no merece respeto. ¿No les ha revelado el Padre a ellos los misterios del Reino? La secularización rampante ¿es un hecho que de forma determinista llega a todos y a todas partes por igual? ¿es lo mismo lo que acontece en la plaza Tarhir de El Cairo donde los hombres arrodillados rezan, que lo que se vive en las plazas europeas o norteamericanas, llenas de comercios y de letreros luminosos? Según la fe cristiana, el ser humano está movido por dentro por el Espíritu de Jesús, lo sepa o no, Espíritu que muchas veces con gemidos inenarrables nos mueve a clamar ¡Abbá, Padre! No sabemos cómo esta oración o la bendición pueden ser eficaces, es un misterio, pero creo que no es un grito que caiga en el vacío, como no cayó en el vacío la oración de Jesús en Getsemaní.
Por eso concluí pensando que no puedo ser simplista, el mundo es complejo, hay ambigüedades en la religión que deben ser purificadas y evangelizadas, los pueblos han de progresar, los bautizados necesitan mayor formación, pero el Espíritu del Señor llena el universo, aunque no sepamos de dónde viene o a dónde va. Por tanto, dadas las circunstancias actuales, volvería a dar las bendiciones y, a desearlas, aunque no sea políticamente correcto en nuestra Europa secularizada, pero pienso en las palabras que Jesús le dirige a la hemorroísa: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz” (Mc 5,34).
Gracias por darnos luz. La fé del carbonero, del sencillo, del humilde, del que cree sin más, sin preguntarse por el sexo de los ángeles, es casi siempre mas limpia y mas auténtica. Es una fé que deja a Dios ser Dios y solo le pide ser bendecido por Él.
Gracias otra vez.
Gracias Nacho por esas palabras tan sentidas. Gracias por el tiempo que nos dedicaste en ese hermoso San Javier del Valle. Que Dios bendiga a todos y que la Virgen nos arrope con su manto maternal.
Leyendo tu experiencia, reflexiones y decisiones, me ha venido a la mente algo que leí el año pasado y me llamó mucho la atención: estudios científicos de cómo el pensamiento de personas afectaba a la cristalización de gotas de agua.
Si mi pensamiento puede afectar al agua, ¿por qué no, mis sentimientos, deseos,… hacia una persona pueden afectarla? ¿puede que los buenos deseos de otras personas hacia mí, me estén estimulando?¿puede que llegue un día en el que el ver a los seres humanos como un sólo cuerpo, el hablar del hermano árbol… no sean iluminaciones místicas, sino hechos científicos?
La ciencia puede descubrir cosas que no podíamos percibir y las asimilabamos por fe.