Bueno, ¡ya estamos en Pascua! En el Levante somos más “pascuareos”, y menos de procesionar imágenes por las calles… En el fondo creo que es una cuestión cultural, unos nos dejamos llevar más por el clima primaveral, que sacude nuestro cuerpo y nos invita a festejar a salir… y, tal vez en otros lugares, se dejan llevar por el sentimiento en quienes ven encarnar su propio dolor y sufrimiento.
Pero detrás de la forma cultural hay una vivencia y esto es lo que tenemos que tener presente. Para bastantes cristianos practicantes la celebración del triduo de la semana santa –aunque tendremos que ir acostumbrándonos a llamar vacaciones de primavera o, como se suele decir ahora, “tiempo para reponer fueras, desconectar”…- es un simple rito en el que se conmemora la cena, muerte y resurrección de Cristo, pero ellos asisten simplemente a los actos, no se sienten implicados en lo que se celebra, ni en el modo como se celebra. Ahora bien, el rito tiene el valor y el límite que satisface una necesidad de la persona, tal y como se expresaba tradicionalmente: ¡Yo ya he cumplido en Pascua! Esto quiere decir que lo que se celebra es algo que le sucedió a Cristo y como lo hizo por nosotros, nosotros somos simples beneficiarios…
Sin duda esta forma de celebrar la semana santa ha llevado a no pocas personas a vivir una vida entregada en seguimiento de Cristo. Pero hoy, en la sociedad actual, para la mayoría de las personas, especialmente los jóvenes, las “celebraciones litúrgicas” ni les atrae, ni les dice nada… Como muestra de esto es lo que ha ocurrido en dos ciudades de la provincia de Valencia, Gandía y Onteniente, donde se ha celebrado un festival de la canción y un “macro-botellón” respectivamente en la semana santa, que sin duda algunos han interpretado como una falta de respeto a la fe cristiana, cuando en realidad, a lo mejor, es simplemente una reacción a la imposición de un modelo cultural de celebrarla, porque la vivencia de la fe cristiana va por otro cauces.
Por eso conviene que después de la celebración de la “Semana Santa” nos preguntemos: ¿Qué significa para mí la Pascua, la resurrección de Cristo? ¿Qué aporta a mi vida? ¿Me lleva a sentirme más solidario con los excluidos, los marginados, los pobres? ¿Nuestra manera de celebrar la fe es la forma adecuada a los tiempos que vivimos? ¿Puede ser significativa el modo como lo hacemos para las mujeres y hombres de hoy?
Los tiempos actuales de crisis de identidad, en que nos estamos preguntando, en todos los ámbitos de la vida desde el personal, hasta el social, cultural, político, religioso…: ¿Quién soy? ¿qué sentido tiene la vida? ¿Vale la pena vivir sino tengo o no tienen las personas las mínimas posibilidades de tener un trabajo, una asistencia social, una casa…? ¿Existe la justicia cuando unos pocos son los dueños del mundo, frente a una gran mayoría que lucha por sobrevivir? ¿Para qué sirve la política, si es la economía financiera la que gobierna el mundo? ¿Acaso en La Iglesia no hemos deja un tanto olvidado el evangelio centrándonos en las cuestiones morales?…
Sería una osadía por mi parte pretender dar respuesta a esta crisis identitaria o, todavía más pretencioso, creer que yo tengo la respuesta más adecuada. Yo simplemente quiere compartir mi búsqueda, que hago con otras personas, en medio del estruendo ruidoso de la caída de los grandes árboles culturales, políticos, religiosos…, que nos lleva a detectar los pequeños signos de vida cual pequeñas hierbas que brotan silenciosamente en medio de ese bosque frondoso, que es la humanidad.
Nos está ayudando y orientando en esa búsqueda el “vivir desde dentro”. Esto supone unas convicciones y un esfuerzo continuo que gira en torno a: Asumir la propia vida y no vivir vidas ajenas. Trato de vivir mi vida, no la de los otros. Me siento llamado a vivir mis éxitos y mis fracasos, no los éxitos o los fracasos de los demás. Decidir en función de valores intrínsecos que dependen de mi interpretación y valoración, lo cual supone intimidad, crecimiento personal, solidaridad…, superando los valores superficiales que dependen del reconocimiento y aprobación de los demás. Escuchar mi corazón y tener un proyecto personal. Poner mi proyecto personal al servicio de un mundo más humano y más justo. Y, en medio de todo, confiar en la presencia del Espíritu de Jesús que nos anima, nos guía y sustenta en nuestro caminar.
Al vivir desde dentro para mí la Pascua no es solamente un acontecimiento externo, algo que le sucedió a Cristo hace tiempo, sino que trato de hacer mío su estilo de vida, aspecto este que no siempre me ayuda el rito, y cuanto más mío lo hago y me adentro en el seguimiento de Jesús en y desde la vida cotidiana en solidaridad, más sentido y valor de vivir tengo, y esa experiencia es la que me confirma que Jesús es el Viviente –prefiero esta expresión a la de resurrección que me remite a un hecho del pasado-, es decir, en la medida en que vivo una vida más humana y más según el evangelio, más Vivo reconozco a Cristo. Para mi resuenan hoy muy profundamente aquellas palabras del evangelio en las que Jesús le dice a Marta, ante la tumba de su hermano lázaro: «El que cree en mí aunque haya muerto vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre» (Jn 11, 25-26).
Cristo es para mí el Viviente por mi experiencia de querer vivir, como decía san Ignacio, “en todo amando y sirviendo”, no porque se apareció a sus discípulos, ni porque el sepulcro estaba vació, ni por las apariciones, ni por ser fiel a una tradición… Por eso todos los días es Pascua en mi vida.
Nacho González