Por primera vez en mi vida, desde que soy sacerdote, no he participado en la “celebración litúrgica de la Vigilia Pascual”, pero siento que la he “celebrado” de otra manera…
El hecho de encontrarme en un lugar diferente, no tener que presidir la celebración litúrgica… me encontré con una persona, también extranjera que está viviendo una “pasión” muy especial, deportada toda su familia de un país, lejos de sus seres más queridos, en un lugar extraño… nos llevo a ponernos en camino por las tranquilas calles de Lima e íbamos comentando y compartiendo, como los discípulos de Emaús las penas y frustraciones que la vida nos depara, especialmente la persona con la que compartía y que le llevaba a preguntarse: ¿dónde está el Dios del Amor cuando se siente impotente y ve que no puede realizar el sueño deseado de vivir con sus seres más queridos? Si eso se añade alguna dificultad que encuentra en la acogida por parte de alguna persona, pero también reconoce que siente el apoyo y el afecto de algunas personas, que son luz en su oscuro caminar…
Compartimos mesa, con los “restos que quedaban”, como los discípulos de Emáus y sentimos que a medida que íbamos compartiendo nuestro corazón se abría un poco más y, porque no reconocer que el Espíritu del Jesús está presente, en algo cambió nuestra manera de ver y sentir la vida…
Para mí ha sido otra forma de vivir y celebrar la “Vigilia Pascual”, no tengo ningún remordimiento ni nostalgia por no haber podido celebrarla. Lo que me ha ayudado a tomar conciencia de que en realidad, “celebrar la liturgia” no es tanto afirmar que Cristo ha resucitado, eso suena a una afirmación doctrinal que nos deja “seguros” de que hay vida, sino que más bien se trata de sentirse animado a ver, vivir y actuar de otra manera, “desde los otros”, sintiéndose impotente ante las dificultades, pero esperanzado a seguir caminando en esa dirección y que es la dirección que da sentido y llena la vida de sentido. Porque, a veces, yo mismo reconozco que la celebración de la resurrección del Señor ha sido más una afirmación ritual que me daba seguridad para seguir luchando por la vida más justa y fraterna, pero quizá se me escapaba o no era tan sensible y consciente que celebrar la Pascua no es solamente creer que Cristo resucitó (me gusta más decir el Viviente), sino que es acoger al Viviente, que es Amor, y dejarme transformar en el sentido y dirección de mi vida, en dirección hacia los demás, que son siempre manifestación del Viviente, empezando por el que tienes más prójimo.
Algo de eso creo que les debió ocurrir a los discípulos de Emaús y sigue aconteciendo hoy y que a noche viví y sentí yo. La experiencia del encuentro con el Viviente, no es que hayamos encontrado a Alguien que nos da solución a nuestros problemas, sino que nos encontramos con Alguien que nos interpela el sentido y dirección que le estamos dando a nuestra vida.
Por eso celebrar a Jesús, el Viviente, no es sólo creer y afirmar que vive, sino que es atestiguar que Vive por los cambios que se producen en nuestras vidas, el testimonio es la señal de que el Espíritu del Viviente sigue “soplando”, animando, alentando a construir un mundo mejor, empezando por los más cercanos, que a veces hoy parecen los más distantes y olvidados.