Llevo varios días siguiendo las noticias sobre esta realidad que nos está sobrepasando. Una guerra, que algunos pueden definir como invasión de un territorio, otros como reconquista, pero en el fondo es una situación de odio, destrucción, muerte. Las personas, esos que llamamos nuestros congéneres, nuestros iguales, nuestros hermanos e incluso los llamamos hijos de Dios, han dejado de serlo.
He escuchado multitud de informaciones y análisis, de militares, economistas, sociólogos, políticos, politólogos. De las aspiraciones de Putin, de las aproximaciones a sus ideales y objetivos que se nos escapan a la lógica de una mayoría de personas, de cómo ha creado un relato basado en el pasado para actuar en el presente. De las visiones mesiánicas capaces de restituir un orden religioso de cristiandad centrado en Moscú.
He podido oír interpretaciones y consecuencias de esta acción bélica, de las repercusiones que ha tenido y tendrá, un posicionamiento europeo de unidad nunca visto, un incremento armamentístico del mundo occidental, una intervención económica que frene las aspiraciones del dirigente ruso.
La indefensión de un pueblo que empezaba a tomar conciencia de su libertad en este mundo global donde todo está intercomunicado e interrelacionado. Una situación de desventaja militar e indefensión de su integridad territorial, que ya se vio resquebrajada por una intervención rusa sobre Crimea. Una presión militar desde el exterior con interés de incorporarla al imaginario imperio ruso.
Todas estas cuestiones y otras muchas más se agolpan en mi cabeza, para poder encontrar una explicación razonable que justifique lo que está ocurriendo. Para entender las decisiones que se toman desde mi país en ayuda del pueblo ucraniano, a nivel humanitario y también a nivel armamentístico, con la consiguiente justificación militarista enfrentada con una mentalidad pacifista comúnmente generalizada.
Todos estos elementos podrían ser los hechos para hacer una lectura de lo que ocurre, pero siempre seria una lectura en parte subjetiva porque por muy aproximada que fuera la interpretación nunca seria exacta y siempre habría detalles y cuestiones que se escapan y seguro que también visiones contrapuestas que diferirían de la mia.
Reflexionando personalmente en como lo vivo yo, en clave creyente, tengo que reconocer que el mucho conocer datos, explicaciones, interpretaciones, análisis no me está aportando nada, al contrario, me produce desazón, angustia, miedo, temor, impotencia y odio. La tentación es no ver , no escuchar, cerrar los ojos a la realidad, como si no existiera lo que está pasando y todo fuera un mal sueño, que cuando despierte habrá dejado sobre mi y sobre todos los humanos unas huellas imborrables que tardaran años en desaparecer. No se puede ser ajeno a la realidad que nos toca vivir, hay que conocerla y asumirla.
Sin embargo veo signos del Espíritu de Jesús, en esas madres que protegen a sus hijos en los refugios, o las que huyen para salvarse y salvarles las vidas, esas mujeres que lo dejan todo, y como la mujer cananea piden por sus hijos, suplican aunque solo sean las migajas. Reconozco la fuerza del Espíritu en la valentía de los ciudadanos ucranios, que a pecho descubierto sin protección, sin armas, solo con su presencia se enfrentan a los tanques y vehículos de los invasores, defendiendo su patria y su dignidad. Y también en la solidaridad del resto de países, pero sobre todo de las personas que se han movilizado, que se han puesto en marcha para ayudar, apoyar y defender sobre todo a los que sufren las consecuencias de esta barbarie. Las personas que abren las puertas de sus casas para acoger a lo que se ven obligados abandonar las suyas. Los que se desplazan miles de kilómetros para ayudar a personas que no conocen. Y eso me serena, me emociona, me da esperanza, me motiva y me hace confiar en la fuerza del Espíritu de Jesús, que se hace presente, que no nos deja impasibles y nos impulsa a vivir a pesar de las dificultades y de las injusticias. Tal vez estás son las mociones de las que hablaba S. Ignacio a la hora de hacer un discernimiento, aquello que me mueve. Los malos y los buenos espíritus.
Ahora queda lo más importante. Tomar una decisión ¿Qué hago yo?
Bernat Sanchis Botella
La guerra es un juego de niños inconformistas, el resultado el desastre.- Los niños juegan y tiene un final su distracción, explosiona su relación y termina en llanto y sofoco de rabia, las exigencias de cada uno no han quedado cubiertas, según sus apetencias personales.- La guerra, la ambición insaciable para imponer mis criterios, avasallando a los demás y conseguir mis deseos, haciendo que se cumpla lo que yo mando.- El hombre es capaz de todo, de lo mejor y de lo peor.- ¿Quién valora en su justa medida la vida de las personas? ¿Qué importancia tiene para mí la existencia del otro? .-
Lo fundamental para mí es el poder, el dominio de todo y de todos.- Así las cosas, cómo se puede valorar la humanidad entre semejantes, qué importa el sufrimiento y el llanto de las personas afectadas.- Lo trágico de la guerra, el olvido de un Dios Padre compasivo y misericordioso.- Pedimos la paz y la paz no llega.- Deseamos un orden basado en las buenas relaciones de Amor, Paz y Justicia para todos.-
No debemos desistir, no hemos de cansarnos nunca de pedir la paz, don precioso bajado del cielo y tantas veces olvidado, mancillado.- Paz para ti, para mí, para todos; paz pan y trabajo para todos los que caminamos en busca del final, de una meta que nos espera, donde la paz será eterna para los que la construyen y se esfuerzan por conseguirla.-
Elevar, al Dios de la vida, nuestra oración sin desfallecer, pidiendo la paz para este mundo descreído y ambicioso.- Paz para todos, sin excluir a nadie.-