EL LLAMADO A SER Y A SEGUIR:
La vocación humana y cristiana en armonía
La existencia humana es un misterio que se nos presenta como un don. No elegimos venir al mundo ni decidimos las condiciones en las que nacemos, pero nos encontramos viviendo, despiertos a la realidad, llamados a responder. Esta experiencia contrasta con la de las criaturas que nos rodean: un peral, un naranjo, un roble crecen siguiendo el curso de su naturaleza sin cuestionamientos. No necesitan preguntarse por su identidad o su destino; simplemente son. En cambio, el ser humano, dotado de conciencia y libertad, descubre su vida como un camino abierto, lleno de preguntas y posibilidades.
Desde el primer instante en que comenzamos a ser conscientes, algo en nuestro interior nos impulsa a afrontar la existencia con una actitud de búsqueda. Nos preguntamos: «¿Quién soy?», «¿Por qué estoy aquí?», «¿Hacia dónde voy?». No basta simplemente con existir; sentimos el anhelo de darle un sentido a la vida. Y en esta búsqueda de sentido, encontramos la idea de vocación: la vida como un llamado, como una tarea que debemos descubrir y asumir.
Ser humano es, en primer lugar, responder a ese llamado interior que nos invita a ser más plenamente lo que estamos llamados a ser. Cada persona tiene un camino único, una misión irrepetible en el mundo. La vocación no es solo una profesión o un estado de vida (matrimonio, sacerdocio, vida consagrada), sino una manera de vivir en autenticidad con aquello que resuena en lo profundo del corazón.
La primera vocación del ser humano es, entonces, la vocación a ser. No se trata solo de hacer cosas o cumplir metas externas, sino de vivir con un sentido de plenitud, respondiendo con fidelidad a la verdad que habita en nosotros. A medida que avanzamos en la vida, descubrimos que nuestra vocación se enriquece y se define en el encuentro con los demás y en la experiencia del amor y del servicio.
La vocación no es una carga, sino un regalo. Es el llamado a ser plenamente humanos, a vivir con profundidad, a desplegar nuestras capacidades en armonía con los demás y con Dios. En este sentido, podríamos decir que la vocación es el primer oficio del ser humano, la primera tarea que debemos abrazar: vivir con sentido, con responsabilidad, con pasión.
Dentro del dinamismo de la vocación humana, se abre un horizonte aún más profundo cuando la vida se orienta a la luz de Jesucristo. La vocación cristiana no es una realidad separada de la vocación humana, sino su plenitud. Es descubrir que el llamado a ser alcanza su máxima expresión cuando se toma como referencia el estilo de vida de Jesús.
El encuentro con Cristo transforma la existencia, invitándonos a seguir sus huellas con fidelidad y entrega. No se trata solo de imitarlo externamente, sino de configurarnos con su modo de amar, servir y dar la vida por los demás. La vocación cristiana es la llamada a vivir en comunión con Dios y con los hermanos y hermanas, en una entrega que da sentido pleno a la existencia.
Este paso de la vocación humana a la vocación cristiana no ocurre de manera automática, sino como una opción libre y consciente. Es un sí que se da en la cotidianidad, en cada elección, en cada acto de amor y justicia. En Jesús encontramos el modelo de humanidad plena, y en su Evangelio, la guía para hacer de nuestra vida un don.
Así, la vocación cristiana no anula la vocación humana, sino que la eleva. Nos invita a vivir con un horizonte trascendente, a descubrir que nuestra identidad más profunda está en Dios, y que nuestra misión es testimoniar su amor en el mundo.
Nacho
