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Animar es decir: «Cuento contigo»

Esta tarde del domingo, enfrascado en mi lectura, me ha llamado una mujer que se encuentra en una situación muy especial, vive distante de su marido y de su hijo, y quisiera, ese es su ideal, reunir a la familia dispersa en diferentes países… ¿Qué hacer? ¿Qué sugerencia o iniciativa proponerle?

Después de escucharla durante bastante tiempo, me vino a la mente el relato del Abbe Pierre, que me llevo a proponerle que le necesitaba para realizar un proyecto, hacer unos muñecos de cuero con el logo y el eslogan de la Asamblea que tenemos en Septiembre de este año. Ciertamente su rostro ha cambiado al oír la propuesta, además se ha quedado con la encomienda de si quiere y puede ayudarme… ¡Vamos a ver qué pasa!

En el dialogo me di cuenta que quien sólo recibe, quien no puede corresponder, quien se ve despreciado porque “no sirve para nada”, porque nadie espera nada de él, se siente profundamente humillado y menesteroso. Se siente un estorbo.

Le pedí ayuda inspirándome en el relato aleccionador del Abbé Pierre:

“Una mañana reclamaron mi ayuda. Un hombre intentaba suicidarse. No ha muerto. Venid aprisa. Fui, en efecto y encontré un hombre espantosamente desgraciado.

Había regresado de la penitenciaria de Cayena. Veinte años antes, siendo muy joven, había dado muerte a su padre, no por codicia, sino porque la mujer, que por razones de dinero vivía con el padre del muchacho, trató de impedir el matrimonio de éste. En un momento de frenesí disparó sobre la mujer; pero, al interponerse su padre, recibió el tiro; la mujer quedó herida y el padre muerto. Como no había tenido intención de matar a su padre, los tribunales le condenaron a cadena perpetua. A causa de su buena conducta fue indultado después de veinte años. Acababa de volver a Francia y se encontraba sin familia, sin amigos, enfermo, sin valor para seguir adelante. Al cabo de una semana trató de suicidarse.

En este punto comienza la cuestión. Tras pocos minutos de conversación, comprobé tan absoluta desesperación, que cualquier cosa que hubiera intentado en el terreno de la benevolencia: Te buscare trabajo, dinero, habitación…, no hubiera servido de nada. Porque lo que le faltaba no era con qué vivir, sino razones para vivir.

Y sin razonar, hice precisamente todo lo contrario. En lugar de decir: “¡Eres tan desgraciado, te buscaré esto y lo otro…!, le dije: Eres muy desgraciado, pero yo en este momento no puedo darte nada… Me paso las noches ayudando a las madres de familia que lloran porque sus maridos se han dado a la bebida y no tienen vivienda y los hijos se encuentran enfermos. Y yo estoy agotado y enfermo. No puedo más…

Antes de matarte ¿no querrás echarme una mano…?

Para aquel hombre todo cambió de repente… Seguiría tan solo como antes y tan deshecho, más gracias al encuentro con un amigo, descubrió que ya no es él el necesitado, el que pide, el que ha de recibir; descubre que él, el hombre humillado, avergonzado, asesino, deshecho de la sociedad, se transforma en donante y que, tal vez mañana, una pobre le dirá: ¡Gracias, Señor!

One Comment

  • Charo dice:

    Al hilo de lo que nos cuenta Nacho, os cuento algo. Un amigo con el que mantenía una estupenda relación le empiezo a notar despegado y distante, hasta que un día que se lo digo, él me contesta …»es que ya no me pides nada, ya no me necesitas para nada». Me hizo pensar aquello, pues era justamente él quien yo creía más «necesitado»…
    esas paradojas siempre me hacen pensar, porque creo que las paradojas están presentes en todo momento y nos enseñan mucho.
    Un abrazo Nacho.

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