En esta tarde tranquila del 31 de Diciembre, antes de partir hacia el encuentro con unos amigos para celebrar la “noche vieja”, me preguntaba ¿qué celebramos en Nochevieja, en Año nuevo, y sobre todo el momento mágico que los separa, esa medianoche distinta de todas las medianoches del año que acaba y del que empieza?
A mi parecer, no se celebra nada más que la sensación de que se cumple algo que necesitamos ver cumplido, una sensación que hemos asignado aleatoriamente a este día, en lugar de cualquier otro: la sensación de que se cierra un capítulo y se abre otro, tal vez totalmente distinto. En ese momento mágico que media entre el último segundo del “año viejo” y el primero del “nuevo”, celebramos la posibilidad de hacer borrón y cuenta nueva para empezar otra vez, desde el principio, de modo que nos permita dejar atrás el lastre indeseado.
Las ilusiones o promesas pueden ser de todo, generalmente tiene que ver con algo negativo y desagradable y su sustitución por algo mejor y más atractivo: pueden indicar nuestro deseo de dejar de fumar o de hacer ejercicio con frecuencia, arreglar una relación o terminar con ella, empezar a ahorrar en vez de gastar dinero –aunque de esto ya se encargará la
hacienda pública-, visitar más a los padres ancianos en lugar de colgar pronto cuando llaman, prestar más atención a nuestra trayectoria profesional…., pintar
por fin el techo desconchado de la cocina, ser amables, más comprensivos y cariñosos con los amigos o los hijos… Las resoluciones del Año Nuevo suelen
versar sobre llegar a ser mejor persona, tanto para los demás como para uno mismo.
Lamentablemente, sin embargo, la fuerza de voluntad no está a la altura de las buenas intenciones. La costumbre de repetir anualmente las resoluciones –en lugar de practicar el arte de hacer
resoluciones difíciles y cumplirlas todos los días- no ayuda. Si no logro cumplir una resolución de Año Nuevo, no todo está perdido; la mancha puede limpiarse, dado que habrá otra Nochevieja, otra oportunidad, otra ocasión, otro día de Año Nuevo.
Pero voy observando, cuando uno llega a determinada edad, que la costumbre de tranquilizar la conciencia de ese modo tiene sus pros y sus contras: los techos desconchados pueden esperar otro año a que se le dé una mano de pintura, los padres probablemente perdonarán a sus hijos, una vez más, e incluso puede que fumar –a pesar de la ley antitabaco- un
año más no me mate así como así; pero hay cosas que piden a gritos una acción decidida y no puede esperar; hay actos que comportan un grave riesgo para
todos, si se demoran; y hay tareas que, si no se acometen de inmediato, pueden llegar a ser tan grandes e inabordables que no podamos afrontarlas.
¿Cuáles son esas cuestiones que, hoy, no puedo dejar pasar? ¿Qué es aquello que no puedo aplazar ya más? Cada persona es quien decide el valor y el sentido de su tiempo.
Para mí estas son algunas de las opciones que considero inaplazables:
- Estar alerta para que la crisis, de la que tanto se habla, no la paguen los más pobre e indefensos.
- Favorecer que los diferentes, por razón de sexo, cultura, religión… encuentren espacios de acogida y reconocimiento en su singularidad.
- Promover el valor de las relaciones, consigo mismo, con las otras personas, con la naturaleza y con el Dios que se nos ha manifestado en Jesús.
- Contribuir a la renovación de la Iglesia promoviendo una espiritualidad más evangélica y que se ponga al servicio de un Mundo Mejor.
Estoy de acuerdo en que se celebra la oportunidad para dejar atrás lo que no nos gusta y para conseguir todo lo que deseamos. Es una gran oportunidad, que es posible que dependa en gran medida de nosotros/as mismos/as.
Para revestirnos de fuerza e ilusión, nos vestimos de gala, nos juntamos con gente querida y nos agarramos a un ritual o sortilegio (las doce uvas, algo rojo, brindis,…) y a la vez que engorda nuestro cuerpo serrano, también lo hace nuestra autoestima, lo que nos vendrá muy bien. Y es que como todo lo que depende de nosotros/as, necesita de grandes dosis de iniciativa y constancia, y en muchos casos hasta de valentía.
Y ese precio es el que deberé pagar si quiero conseguir mis objetivos para este año. Uno de ellos es no quejarme por lo que no tiene solución, y contribuir a la solución de aquello que sí la tiene. Y por cada crítica negativa que se me ocurra, esforzarme en aportar una alternativa o solución.
Feliz año 2012 a todos/as y mi deseo de que en este nuevo año si no encontramos aquello que buscamos, al menos dispongamos de iniciativa, constancia y hasta valentía, para descubrir lo que queremos, proclamarlo a los cuatro vientos (creo que funciona verbalizar los deseos y no al contrario, como se suele pensar), e ir decididamente a por ello.