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Caminando en la vida

Al comenzar este año 2025, siento la necesidad de detenerme para reflexionar sobre mi desarrollo personal y espiritual, evaluando lo recorrido y proyectando lo que está por venir. Este camino ha estado marcado por tres etapas fundamentales que han dado forma a mi relación con la vida, la fe y lo trascendente: una etapa instructiva y formativa, otra más analítica y comprensiva, y finalmente, la tercera vivencial y contemplativa.

Estas etapas reflejan una evolución significativa, no solo en mi forma de abordar la realidad, sino también en cómo asumo mi humanidad y mi seguimiento de Jesús. Cada una de ellas han dejado huellas particulares en mí, marcando un proceso de crecimiento que sigue abierto y dinámico. A continuación, quisiera compartir estas etapas, explorando sus peculiaridades y el sentido que tienen en la progresión de mi vida espiritual.

Primera etapa: Ser formado desde fuera

Mis primeros años estuvieron marcados por un intenso proceso de formación que se desarrolló en contextos diversos e interconectados: la escuela, la catequesis y, especialmente, el largo periodo en el seminario. Esta etapa estaba definida por una estructura clara y un propósito: ser moldeado conforme a unas enseñanzas específicas, confesar una doctrina y aprender a aplicarla en la vida cotidiana.

Recuerdo esa época como un tiempo de certezas claras, donde la fe era un conjunto de normas y valores que daban un estilo a mi forma de actuar. El seminario, en particular, representó un espacio de disciplina, estudio y oración, donde se buscaba prepararme para el servicio ministerial en la Iglesia. Sin embargo, al mirar atrás, puedo ver que había un elemento de rigidez, mi comprensión de la fe se limitaba a lo que se me ofrecía desde fuera, sin aún explorar con profundidad mi propio mundo interior.

Segunda etapa: Ver, comprender y responder

Mi incorporación al Movimiento por un Mundo Mejor marcó un cambio significativo en mi vida espiritual y en mi manera de relacionarme con la fe. El Movimiento había asumido y promovido el mensaje del Concilio Vaticano II y, sobre todo, la “lectura de los signos de los tiempos”. Esta metodología no era solo un ejercicio intelectual, sino una forma concreta de analizar la realidad, comprenderla desde la fe y responder a ella de manera coherente y transformadora.

En esta etapa, la formación dejó de ser un proceso de recepción pasiva para convertirse en un aprendizaje dinámico. Aprendí a mirar la realidad con ojos críticos, discernir lo que esa realidad me pedía como creyente y actuar en consecuencia. Fue un tiempo de grandes aprendizajes, en el que descubrí la importancia de no depender únicamente de las estructuras externas, sino de implicarme personalmente en la transformación del entorno. La fe dejó de ser algo abstracto y comenzó a integrarse profundamente con la acción, convirtiendo la vida cotidiana en un espacio donde se ponía en práctica lo aprendido.

Sin embargo, este camino no estuvo exento de desafíos. A menudo, el activismo podía ser agotador, y en algunos momentos sentí que, pese a mis esfuerzos, algo más profundo me faltaba. Experimentaba una sed interior, una búsqueda de mayor significado que no encontraba completamente satisfecha ni en la formación, ni en el estudio, ni en el diálogo, la oración o la acción. Esta inquietud me empujaba más allá de lo visible, hacia una profundidad que aún estaba por descubrir.

Tercera etapa: Mirar, contemplar y vivir

La tercera etapa de mi desarrollo espiritual comenzó hace aproximadamente veinte años, cuando asumí la tarea de puesta al día de las Ejercitaciones del P. Lombardi. Este proceso no solo me permitió adentrarme en el rico patrimonio espiritual de su obra, sino que, de manera inesperada, me condujo hacia la espiritualidad de san Ignacio de Loyola, abriendo un horizonte transformador en mi vida.

En esta etapa, eminentemente vivencial y contemplativa, descubrí una forma completamente nueva de relacionarme con la vida y la fe. La invitación central ya no era tanto «hacer» como «mirar» y «contemplar». A través de los Ejercicios Espirituales, aprendí a detenerme, a escuchar en el silencio y a percibir la presencia de Dios en todas las cosas. Este aprendizaje me ha llevado a vivir desde una profundidad mayor, permitiendo que el mundo, en su misterio, hable a mi corazón. Este llamado a la escucha se ha convertido en una actitud esencial y central en mi vida actual.

Esta etapa ha marcado el inicio de una existencia más integrada. Al reflexionar sobre mi camino, comprendo que las etapas anteriores no son opuestas a este nuevo horizonte, sino que han sido pasos necesarios para llegar a donde estoy hoy. El fundamento doctrinal y el aprendizaje práctico adquiridos en esas etapas siguen siendo fundamentales, pero ahora las vivo desde un centro más profundo y contemplativo.

En la contemplación he encontrado una fuente de sentido que da unidad y vida a todo lo demás, iluminando mi caminar y permitiéndome abrazar la vida con una mirada renovada y plena de significado.

Un camino que continúa

Mi desarrollo personal y espiritual no ha sido un camino lineal, sino una espiral que me ha llevado a profundizar cada vez más en mi relación con la vida, la fe y el misterio de la existencia. Este proceso no lo entiendo como un viaje en soledad, sino como un caminar compartido con otras personas, donde juntos buscamos sentido y crecimiento.

Lo que comenzó como un proceso de formación externa, evolucionó hacia un discernimiento crítico y, finalmente, hacia una vivencia contemplativa de la fe. Hoy, continúo este camino con la certeza de que la vida es un misterio siempre abierto, donde cada etapa ha contribuido y sigue contribuyendo a una comprensión más plena de lo que significa ser humano.

En el centro de este camino se encuentra el seguimiento de Jesús, una experiencia que confronta constantemente mi vida con la luz de los evangelios. Es en ellos donde encuentro la orientación y la fuerza para dar sentido a cada paso, iluminando tanto los desafíos como las alegrías de mi existencia.

Nacho

One Comment

  • Mª José dice:

    Leer tus palabras me emociona, me cuestiona y en ellas encuentro fe, humanidad autenticidad y coherencia, pero sobre todo vida con sentido. Me anima mucho el que compartas tus procesos, las etapas por las que has pasado y sigues en en camino. En algún momento lejos de tu profundidad contemplativa, en las primera etapas encuentro puntos de encuentro con mi propia experiencia. Me siento agradecida por saberte en mi vida y aunque las experiencias son personales, el caminar juntos me ayuda, aprendo, y con ellas me hago más consciente de cuantas posibilidades me quedan aun por descubrir. Sigo en camino, a la escucha del espíritu que me habita, con insatisfacciones, pero con esperanza en la búsqueda de sentido pleno en mi vida.

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