En el viaje que hice recientemente a Puerto Rico me ocurrió una anécdota que tiene su miga. El suceso tuvo lugar en al final del vuelo. Se acercaba el final del trayecto y nos sirvieron el desayuno, todo muy bien. Una muchacha joven y simpática, con su acento borinqueño, me comentaba que venía de pasar unas vacaciones en España… Pasaba la azafata recogiendo los restos del servicio, cuando de pronto la joven preguntó cuánto tiempo restaba para llegar a destino, a la que respondió la azafata, con una expresión acelerada: 45 minutos (llevábamos 8 horas de vuelo). Y espontáneamente la joven dijo ¡Gracias a Dios, ya estamos llegando!, a lo que rápidamente le respondió la azafata: señorita, ¡gracias a Iberia, querrá decir!. Y ahí quedó la cosa.
El suceso despertó en mí, el siguiente diálogo interior. Percibí dos maneras de ver el mismo hecho, dos visiones diferentes de ver el mundo. Pensé que la muchacha boríncua representa con su expresión espontánea la religiosidad popular, en la que la afirmación de Dios surge con la mayor naturalidad. Dios es como uno de la familia. Pero hoy desde el mundo europeo, también, el español, nos llama la atención y hasta sospechamos y nos preguntamos ¿qué quiere decir con la expresión ¡Gracias a Dios!? ¿no será una simple costumbre, un dicho popular? ¿realmente daba gracias a Dios?
Por el contrario en la azafata vi, en su reacción, la pregunta que algunos jóvenes y adultos se hacen -digo algunos-, porque la mayoría ni siquiera se la hacen, ¿dónde está Dios? La azafata con un sentido práctico y vivencial era la compañía aérea la que le había llevado, qué pinta Dios ahí, el hecho cierto era que Iberia era la que le había devuelto a su país después de unas lindas vacaciones en España.
He aquí un reto ante el que nos encontramos los creyentes de la secularizada Europa. ¿Cómo conciliar la ausencia-presencia de Dios y la autonomía humana? La respuesta no está con decir simplemente: ¡Gracias a Ibera y a Dios! Tenemos que reconocer que la afirmación de Dios no puede seguir siendo un supuesto natural, porque no es un simple supuesto. Es Alguien que da sentido a todo y de todo para la persona que lo recibe como Amor, es decir, ha hecho la experiencia de reconocer y decirse:“Dios estaba ahí y yo no lo sabía”.
Así pues, para mí, Iberia ha sido el medio, pero el sentido de mi viaje era el encuentro por el que iba y en el fondo “Dios estaba ahí”. ¿Cómo lo ves?