Una situación que me preocupa desde hace mucho tiempo es la comunicación en las familias, en mi familia que, aunque no esté casado, me siento integrado con la de mi hermana y cuñado y mis sobrinos y cónyuges.
Cuando nos reunimos para compartir la comida, todos los domingo que puedo, cuando regreso hacia mi casa, son muchas las veces en las que conscientemente pienso en lo vivido y compartido en el encuentro familiar, y me queda una sensación y un sentimiento de frustración y desengaño, y me lamento de haber callado unas veces o de haber hablado mucho otras. La verdad es que sabemos unos de otros de las dificultades, de las crisis, de los proyectos e ilusiones ajenas, pero el hecho es que no se comparten en el encuentro familiar, tal vez por discreción, prudencia, temor… o qué sé yo qué…
Lo cierto es que generalmente en nuestras conversaciones hablamos de todo y de nada, lo frecuente es que haya un primer apartado informativo de noticias populares y familiares; una constatación es que hablamos fácil y abiertamente de los demás, sobre todo de las personas cercanas y conocidas. Rehuimos hablar de nosotros mismos, son pocas las veces, salvo en situaciones extremas o graves. Además hay como un pacto secreto y no formulado: “en la vida de familia no se habla, ni de religión, ni de política, ni de deportes”, porque cuando se tocan estos asuntos la cosa termina mal y cada uno se queda con lo suyo, pues no es fácil tener una comunicación desapasionada de estos aspectos en donde juega tanto el sentimiento. Aunque yo sigo pensando lo positivo y constructivo que sería poder hablar de ello y escucharnos sincera y comprensivamente….
Esta situación condiciona mi vida, pues la verdad que no me siento en disposición de compartir, más allá de lo anecdótico, aquello que me preocupa, mis preocupaciones, mis ilusiones, mis proyectos…, por lo que siento que en mi propia familia no soy suficientemente conocido ni escuchado, creo que también eso les puede estar sucediendo a las demás personas de mí familia, por lo que sospecho, sólo sospecho, que podemos ser como extraños en la propia casa. ¿Qué raro, no? Pero puede ocurrir.
Con ello no quiere decir que mi familia esté mal, simplemente que mi familia, como la veo yo, no ha alcanzado el grado de comunicación posible y deseable según mi visión. Pero esta situación no me invita a la resignación, sino, al contrario, trato de crear las condiciones, en la medida de lo posible y buscando alianzas, tratando de crear cauces que faciliten y hagan posible el “inter-cambio”, palabra que para mí expresa lo deseable a conseguir.
Además trato de abrir caminos, haciendo visitas para hacerme el encontradizo con los diferentes miembros y familias que la integran, tratando de hablar y compartir de manera más cercana, allanando el camino para superar prejuicios y posiciones existenciales y, sobre todo, poniendo de relieve, con la propia vida, la necesidad de escuchar, de aceptar la pluralidad y las diferencias. En estos días, que estado un poco más tiempo, he tratado de favorecer el encuentro entre mis sobrinos, con bastante éxito, para que afronten la situación del testamento de los padres y no dejarlo para después, como si fuera algo exclusivo de los padres, cuando ellos como receptores que son es bueno que manifiesten su voluntad y que en el inter-cambio, se realice la voluntad común, claro que si antes, en lo cotidiano de la vida familiar no se ha realizado, en esta etapa final de la vida de los padres será más difícil, aunque no imposible.
Mi preocupación por la familia va más allá de la mía. Estoy colaborando en crear cauces de diálogo en algunas parejas jóvenes y en algunas familias para crear, lo que yo llamo, las condiciones para el “inter-cambio” como pulmón de la familia.
Por eso, y concluyo, creo que es posible la comunicación en la familia, si se la hace posible…
Nacho