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¿Qué está cambiando en nuestra sociedad?

Recientemente, he tenido la oportunidad de leer un estudio publicado en «Religión Digital», basado en datos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Este análisis revela una realidad preocupante: la cifra de personas que se declaran ateas se ha triplicado en las últimas décadas. Mientras que solo el 8% de las personas mayores de 70 años se considera atea, entre los jóvenes de 18 a 29 años este porcentaje asciende a un 25,6%. Además, en algunas comunidades autónomas de España, como Cataluña, el País Vasco y Galicia, más del 80% de la población no se identifica con el catolicismo ni practica su fe.

Frente a estas cifras, el portavoz de una diócesis expresó en un comunicado una doble preocupación: «la radical secularización de la sociedad» y «el alejamiento de los jóvenes de sus raíces, identidad y cultura, que están profundamente ligadas a la Iglesia». Sin embargo, creo que buscar culpables o aferrarse a la nostalgia no es la manera adecuada de enfrentar la disminución de la práctica religiosa en la Iglesia.

Como presbítero, comparto esa inquietud, pero también siento la necesidad de aceptar y confiar en que el Espíritu Santo sigue guiando a la Iglesia, aunque es claro que debemos discernir cómo nos llama a responder en estos tiempos.

La disminución de la práctica religiosa no puede ser simplemente ignorada o minimizada. Nos invita a una reflexión profunda sobre los cambios que estamos viviendo en la sociedad, la cultura y la espiritualidad. Quisiera compartir algunas reflexiones personales sobre lo que este fenómeno significa desde mi punto de vista.

El desafío del contexto actual

La situación actual presenta un entorno desafiante y complejo para la vivencia y práctica de la fe cristiana, especialmente en el mundo desarrollado. Hemos crecido en un contexto donde la fe en Jesús se sentía casi «heredada», como una parte natural de nuestra vida cotidiana. Era una fe «domesticada», que no nos incomodaba ni cuestionaba profundamente, sino que se integraba en lo que se consideraba «normal».

Sin embargo, hoy en día, enfrentamos un cambio profundo, caracterizado por varios factores:

· Secularización: La religión ha perdido su influencia en la vida pública, y la fe se ha relegado al ámbito privado, lo que dificulta su expresión en la sociedad.

· Relativismo cultural: Las creencias y valores se perciben como relativos, lo que lleva a cuestionar la validez de cualquier verdad absoluta, incluida la fe cristiana.

· Materialismo y consumismo: La búsqueda del bienestar material y el consumo se han convertido en prioridades, desplazando la preocupación por lo espiritual.

· Individualismo: La sociedad actual valora la autonomía y la autosuficiencia, lo que a menudo entra en conflicto con la comunidad y la tradición que la fe cristiana promueve.

· Pluralismo religioso y cultural: La exposición a una diversidad de creencias y culturas ha llevado a muchos a reconsiderar o abandonar la fe que heredaron.

En este contexto, lo que antes se aceptaba sin cuestionamientos ahora se enfrenta a un escrutinio riguroso. Lo cristiano, que alguna vez fue una base firme, está siendo examinado críticamente, sin espacio para la indiferencia o la mediocridad. Este cambio ha llevado a muchas personas a dudar y a enfrentarse a preguntas que antes no se atrevían a formular. Ante estas corrientes de pensamiento y cultura, algunos concluyen que no pueden seguir con lo que antes parecía tan seguro, y optan por abandonar la fe que conocían.

Jesús ante el contexto de su tiempo

Jesús también sufrió el rechazo de su propuesta del Reino. De otro mundo posible. Los fariseos, devotos rigurosos en la observancia de todos y cada uno de los preceptos de la Ley, Jesús no les encajaba: se relacionaba con pecadores, no seguía al pie de la letra las normas religiosas. Para ellos, Jesús era un pecador que rompía las reglas establecidas.

Los escribas, expertos en la interpretación de la Escritura, se escandalizaban con sus enseñanzas y acciones: Jesús desafiaba sus interpretaciones tradicionales, cuestionando lo que ellos consideraban sagrado. Para ellos, Jesús fue un hereje que ponía en riesgo su autoridad.

Los sacerdotes lo rechazaron aún más: veían en él una amenaza a su poder, a la importancia del Templo y a su relación con el poder romano. Su mensaje podía desestabilizar todo lo que ellos consideraban seguro. Para ellos, Jesús era un peligro que debía ser eliminado.

Este rechazo no se limitó a los líderes religiosos. Muchos otros, especialmente los ricos, los políticos, y los reyes, simplemente no encontraron en Jesús algo que les interesara. Su mensaje de amor, justicia y humildad no resonaba en sus corazones endurecidos por el poder y la ambición.

La respuesta de los discípulos

Cuando Jesús ya no estaba físicamente entre ellos, sus discípulos enfrentaron una nueva realidad. Tuvieron que asumir las consecuencias de su fe: ser expulsados de su comunidad, ser considerados herejes, y sufrir toda clase de persecuciones. Algunos incluso entregaron su vida en Jerusalén, como Esteban y Santiago, el hijo de Zebedeo, entre otros. Sin embargo, lo soportaron todo, porque su fe en Jesús era más fuerte que cualquier adversidad.

Este es el desgarrador relato que encontramos en Los Hechos de los Apóstoles, que describe la lucha interna de Pedro, Santiago, y Pablo. También es un tema recurrente en el cuarto evangelio y en las cartas de Juan.

Las primeras comunidades cristianas enfrentaron muchas tentaciones. Por un lado, estaba el atractivo del mundo judío, con su seguridad tradicional, su fidelidad a la Alianza, y las leyes y costumbres que provenían de Moisés, junto con la atracción fascinante del Templo. Por otro lado, estaba el mundo griego, deslumbrante con su sabiduría, su filosofía, sus autores famosos, y su elevada cultura.

La oportunidad de renovar nuestra fe

En el contexto actual, el creyente ya no puede apoyarse en la cultura predominante ni en las instituciones tradicionales para sostener su fe. La vivencia de la fe dependerá cada vez más de una decisión personal y consciente. Ser cristiano no será algo automático o heredado, sino una elección deliberada de aceptar y seguir a Jesucristo. Este es, quizás, el cambio más decisivo que estamos experimentando en Europa: una transición de un cristianismo por nacimiento a un cristianismo por decisión.

Sin embargo, para tomar una decisión tan importante, las personas necesitan apoyarse en una experiencia positiva y significativa. Hoy en día, la experiencia se está convirtiendo en un criterio clave de autenticidad y en un factor fundamental para orientar la propia vida. Estas experiencias se viven, sobre todo, en comunidades pequeñas y cercanas, lo que significa que en el futuro, la experiencia religiosa será cada vez más esencial para fundamentar la fe. Serán creyentes aquellos que, junto a otros, experimenten que Dios les hace bien y que Jesucristo les ayuda a vivir.

Este contexto, aunque desafiante, ofrece una oportunidad única para revitalizar la fe cristiana, haciéndola más auténtica, profunda y basada en la experiencia personal de la presencia de Dios en la vida cotidiana.

Nacho

One Comment

  • Cristóbal Pino dice:

    Me llama la atención cómo señalas que el “…Espíritu Santo sigue guiando a la Iglesia…” si creemos que es así, deberíamos preguntarnos, nosotros como cristianos y los responsables de la Iglesia:
    • ¿Será que la dirección en que vamos como Iglesia, no es la más adecuada?
    • Y como bien señalas, hemos de discernir seriamente ¿en qué dirección nos está impulsando el Espíritu para responder hoy?
    • Necesitaremos plantearnos con coherencia, ¿cómo creo, en qué creo?
    • ¿Son esos factores que bien señalas, una maldad de nuestros tiempos?, ¿o son fruto de un enfoque simplista y poco adaptativo de las respuestas que como institución no responden a las ansias de coherencia profundas de cristianos que buscan una fe auténtica?
    • ¿Son estos fenómenos algo netamente europeo, o es que no ha llegado aún a otras latitudes?
    • ¿Son sólo de nuestra cultura cristiana, o empiezan a estar presentes en otras religiones?
    Como creyente que intenta ser coherente consigo mismo y con los tiempos que nos toca vivir, tengo muchas preguntas, no tengo todas las respuestas, pero sí tengo claro que debo planteármelas y buscar respuestas que me ayuden a desarrollar y profundizar en mi camino de crecimiento espiritual. Es lo que puedo hacer, el resto, como la fuerte crítica, o dejarme llevar por buscar culpables fuera, ni me corresponde, ni contribuye a construir.
    Quiero agradecer este comentario, ya que al reflexionar sobre él, me ha permitido plantearme estas cuestiones y profundizar en mi propia manera de meditar y buscar la mejora en mi relación con Dios. Gracias por ofrecerme la oportunidad de, como dices, renovar mi fe.
    También quiero agradecer tus comentarios sobre lo que vivió Jesús y los apóstoles, también ellos vivieron en momentos difíciles, con cambios profundos a los que hubieron de enfrentarse, especialmente en sí mismos.

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