En mis idas y venidas, no me olvido de mis familiares. Una de ellas está pasando por momentos de dificultad, tiene cierto problema con una de las hijas. Eso altera la vida, a veces, rutinaria de la vida familiar.
Un familiar me avisa de la situación y mi reacción espontánea es aproximarme y hacerme cercano al núcleo familiar que está sufriendo, para escuchar y hacerme sentir con lo que ellos están sintiendo. Lejos de mí el acercarme, por mi condición de sacerdote, con el ánimo de solucionar, pues estoy convencido que todo cuanto nos acontece tiene un sentido, que hay que descubrirlo, es decir, hacerlo consciente y tratar de analizarlo para comprenderlo. Y eso no sólo en la dificultad, sino también en las alegrías y en los éxitos.
Lo primero que constato, en el núcleo familiar, es la urgencia de querer solucionarlo, cuanto antes. La dificultad, generalmente, la sentimos como una brasa ardiente en nuestras manos, que queremos zafarnos de ella cuanto antes. Pero la experiencia de la vida te dice, que no, que esa es la primera tentación a evitar, como es la precipitación y la huída. Esa es la reacción que espontáneamente nos brota ante la dificultad, es como querer ver la luz en plena oscuridad de la noche.
Mi primer contacto fue de escucha y acogida y, sobre todo, que ellos, los padres, se sintieran acompañados en este trance. También tenía la intención explícita de atenuar todo intento tanto de culpabilizarse, como de acusar a la hija.
Cuesta comprender que se trata de una dificultad, de un obstáculo -no me refiero a un incidente o accidente puntual- que perturba las relaciones familiares y, que por eso, puede ser una oportunidad de crecimiento en nuestras relaciones. De ahí que no sea conveniente querer solucionarlo de inmediato, sin antes intentar comprender lo que está en juego, sobre todo en cuanto a las relaciones familiares.
De regreso de un largo viaje, he hecho una segunda visita a los padres y pude observar estas constataciones:
- La dificultad, que aún persiste, está siendo una “oportunidad” para la familia, pues les está ayudando a vivir más intensamente los encuentros familiares, aunque reconocen que tiene que superar que se convierta en una obsesión que ocupe todas sus conversaciones.
- No es conveniente encerrarse a la familia amplia, como queriendo evitar que se enteren de la situación, cuando realmente estaba toda la familia en estado de sospecha, -nada constructivo de las relaciones familiares-, que daba lugar a diversas interpretaciones subjetivas.
- Los padres se llegaban a preguntar ¿por qué, para comunicarnos más profunda e intensamente, necesitamos que nos ocurra algo, sobre todo negativo?
- La vida no se afronta como un camino que hay que recorrer, como un interrogante al que tenemos que ir dando respuesta. Se sigue pensando con el “imaginario platónico”, según el cual el origen de la vida es como un paraíso perdido, cualquier dificultad significativa viene a recordarnos dicha perdida.
Concluyo haciéndome esta pregunta: ¿por qué nos cuesta tanto ver la vida como un camino, como una cima, como un don y una tarea que tenemos que ir realizando, paso a paso, en el éxito y en el fracaso, en la alegría y en la dificultad… todos los días de nuestra vida?