Era el primer domingo de diciembre y compartía una comida familiar, como es costumbre cuando estoy por estos lares, pero esta vez se respiraba un aire navideño. A la hora del café la conversación derivó hacia los regalos de la navidad, así lo anunciaba el turrón que trajo mi sobrina. Pero esta vez, por aquello de que estamos en una época de reducción, no solamente el gobierno nos lo impone, sino que lo estamos experimentando todos en nuestra familia, desde los jubilados, hasta los funcionarios, el empleado y el único empresario, la propuesta de mi sobrino de que “en tiempo de restricción nada de regalos”, ni siquiera de los que llamamos de “provecho”, se aprobó por unanimidad.
Y pensar que hace años que yo me declaré en huelga de regalar “nada de nada” en navidad y ahora la crisis ha logrado que estemos todos de acuerdo, sin duda ha ayudado el hecho de que los hijos e hijas de mis sobrinos van siendo adolescentes y jóvenes.
Por la noche me quedé pensando y sentí la necesidad de comprender lo que había sucedido y me decía a mi mismo ¿Qué he hecho de la Navidad? ¿Acaso es meramente un evento socio-cultural que he heredado del pasado, sin más? ¿O es un dar rienda suelta al “niño libre” que soy yo, que quiere congratularse con el “padre crítico” que también soy yo? ¿Qué he hecho yo para que la Navidad signifique para mí algo más, que sea expresión de una fe adulta y que no me quede en recordar la herencia que he recibido en la infancia?
Pienso que hay dos clases de «religión», así lo voy descubriendo cada vez con más claridad. Una «de fuera a dentro y de arriba a abajo». Otra «de dentro a fuera y de abajo a arriba», a ésta yo la llamo espiritualidad. Estas dos formas se pelean todavía dentro de mí, y no creo que haya logrado superar este combate.
Para mí vivir la religión «de fuera a dentro y de arriba a abajo» significa separar el mundo en sagrado y profano, entender al creyente como privilegiado, dar valor objetivo al culto por el mero hecho de asistir a lo que se celebra, sentirme justo por cumplir preceptos, imaginarme a Dios como juez, creer más en la divinidad que en la humanidad de Jesús… Esta religiosidad se fundada en la seguridad, en la posesión de la Palabra, no siento la necesidad de cambio (más aún, lo temo y lo rechazo), tiendo a excluir y condenar a los que piensan de distinta manera, doy gran importancia a las manifestaciones externas de lo religioso…
En cambio vivir la espiritualidad “de dentro afuera y de abajo a arriba» significa que la esencia de lo religioso es la búsqueda del sentido de mi vida desde el interior, sentir a Dios como levadura de todo lo humano, entender la divinidad desde la humanidad de Jesús, no sentirme poseedor de la verdad absoluta sino mensajero de una Palabra que es para todas las personas, sentir necesidad de buscar y caminar, sentirme inclinado a compartir la búsqueda con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, preferir sembrar entre los sencillos que dominar desde las estructuras…
Esto hace que me acerque a la celebración de la Navidad como una oportunidad para vivir y celebrarla “desde dentro”, pues Dios-Padre en Jesús y su Espíritu ya está “con” y “en” nosotros, buscando ser coherente en mi estilo de vida, entre lo que digo creer y lo que vivo, en mis relaciones con las personas, en la gestión de los bienes, en el trato con la naturaleza… Sin dejarme seducir por todo lo que “desde fuera” me solicita a comprar, a festejar, a consumir, a aguardar que me toque el gordo (cosa imposible porque no juego), a comer turrón (que me encanta)… Por eso después de este periodo navideño no siento ninguna nostalgia, ni enero es para mí ninguna “cuesta”, ni necesito ponerme a régimen… La vida continúa siendo un proyecto, un camino que hay que recorrer en el que mi fuerza y apoyo es el Espíritu de Jesús.
Nacho González
A medida que iba leyendo tu escrito me iba dando cuenta de que estas reflexiones ya las habías compartido con nosotros en algún momento, de los que nos hemos visto durante este Adviento, (posiblemente por el cumple de Antonio, o en otro momento, no recuerdo). Pero si me dio que pensar y mas o menos pienso algo similar a lo que ha escrito Edu. Sin embargo volviendo a la primera parte de tu escrito, es decir, a lo de los regalos, las comilonas, y a toda la parafernalia que montamos con motivo de que es navidad, Susana ya hace muchos años que me dice algo parecido a lo que tu nos has dicho en tu escrito. Ella me decía y me lo sigue diciendo, que para mi que soy creyente no debo de esperar el 25 de diciembre para celebrar la navidad, sino que todos los días deben de ser para mi 25 de diciembre y cuando encuentre un momento o un motivo para un regalo o para una palabra amable, pues que se debe de hacer aunque sea en agosto. Nacho tu que la conoces y sabes como piensa de nuestra religión,¿como es posible que sea capaz de llegar a estas actitudes, porque ella es consecuente con lo que piensa, de ahí que para mi ha resultado siempre algo «rara», a esta forma de ver la vida? Esto me hace reflexionar muchísimo, me hace pensar que Dios me mandaba mensajes por medio de sus palabras y yo jamas los entendía, al contrario le manifestaba un rechazo a sus ideas. Con lo cual creo que no he sido un buen ejemplo para que ella cambiara de opinión
En primer lugar, agradecer tu reflexión; pienso que viene bien para estas fechas de grandes contrastes…
En segundo lugar, como cristiano de a pie me siento cada vez más lejos de la primera forma de entender y vivir la religión que apuntas, la cual veo como hueca y distante, propia de aquellos que desde mi punto de vista no han acabado de descubrir que somos hijos de la libre y no de la esclava, o aún sabiendolo, no son capaces de soltar amarras… Por otra parte, como padre y cirstiano en el mundo me doy cuenta de que sólo desde la que tú llamas «espiritualidad» vivida en coherencia, es posible mantener los eslabones con los jovenes, que siguen teniendo hambre de Dios, pero no del Dios que hemos encumbrado en los altares, sino del Dios samaritano, atento, cercano, compasivo, hermano eucaristía entre los pobres…
Mi deseo es participar de ese proyecto de todos los días pero, ya que celebramos la Navidad, que el Dios encarnado me contagie más si cabe de su sencillez, de su cercanía y de su ternura para saber encender la noche de tantos necesitados a través de los cuales Dios se nos acerca.
Edu