Hace pocos días salíamos mi marido y yo a pasear con nuestra nieta Júlia. Estábamos en fiestas locales y por ese motivo visitamos un pequeño mercado medieval en una de las plazas de nuestro pueblo. En ese mercado había unas atracciones para los más pequeños.
Al llegar nos hacia ilusión que Júlia montara en el tiovivo y al acercarnos vimos que estaba parado, según contaban los presentes al chico que lo manejaba se le había terminado de hacer añicos el teléfono móvil al dejarlo cerca del mecanismo que hacia funcionar el tiovivo.
Cambiamos de atracción y decidimos subir a nuestra nieta al barco vikingo. El chico que lo accionaba, que terminaba de perder su móvil, se acercó muy serio comentando en voz alta su disgusto. Un chaval joven que hablaba para si de sus pocos recursos y no sabía ahora que haría sin su móvil donde lo tenia todo, hasta tal punto que en un momento dado rompió a llorar. A todos los que estábamos cerca nos transmitió tal desamparo y desolación que una chica que había subido a su hija a la atracción le ofreció su móvil por si quería hacer alguna llamada, cosa que él agradeció. Pero ese no era el problema. A continuación la pareja de la chica le consoló recordándole que ahora todo está en la nube y que podría recuperar la información. El chaval con tristeza siguió comentando que él con lo poco que disponía y lo que sacaba de su pobre trabajo no podía permitirse un móvil nuevo.
Escucharle nos conmovió y muchos hubiéramos deseado tener un móvil que no usáramos para dárselo. Y sucedió. El primer joven que le consoló le dijo que se tranquilizara que el tenía un móvil que no usaba y que se lo daba. Un gesto que iluminó la cara del chico: “No te puedes ni imaginar el bien que me haces” dijo agradecido y emocionado contagiándonos humanidad a todos los que estábamos allí.
Esta experiencia me hizo reflexionar y constatar que las personas somos capaces de hacer el bien. En este caso a un desconocido. Aquello fue una acción fraterna que humaniza, un testimonio y al mismo tiempo la prueba de que la construcción de un mundo mejor es posible y empieza por lo pequeño.
Sentí una llamada personal a estar atenta a tantas oportunidades cotidianas que me ofrece la vida para ser cercana, para escuchar y para ayudar con esos pequeños detalles que son los que realmente transforman y me transforman.
M. José Serrano