Hace seis años que vengo animando los “cursillos prematrimoniales” en la parroquia de mi pueblo. El domingo pasado me dijo el cura que este año no se había inscrito ninguna pareja de novios para participar, cosa que los otros años ya se sabía en enero. Por cierto, en los seis años ha ido disminuyendo las parejas pasando de catorce en el primero a tres el año pasado.
Es un hecho bastante generalizado hoy, no sé si es comúnmente aceptado o simplemente tolerado, la situación de las parejas que llamamos “de hecho”, es decir, que se ponen a vivir en común, aparte de sus respectivas familias, según sus posibilidades, en muchos casos ayudados por los mismos padres.
No se puede decir que sea un tema tabú, pero más o menos, porque no se suele hablar del asunto. Lo manifiesta el hecho de que hemos tenido que cambiar el lenguaje, y así en vez de matrimonio, hoy nos sentimos llamados a decir: ¡Sois pareja! ¿Dónde está tu pareja?…
Algunas personas temen que la actitud tolerante -es decir, la que no hace nada ni lo impide- que con este comportamiento nos estamos cargando el matrimonio. En mi humilde opinión creo que, antes de condenarla, tenemos que tratar de escuchar qué es lo que hay detrás de lo que aparece. Con ello pretendo compartir aquello que me está ayudando a ver con nuevos ojos para comprender lo que pasa en las parejas jóvenes, evito el juicio con el que no sólo me alejo, sino que es la forma de desentenderme de esta situación.
Las “parejas de hecho” ponen, para mí, de relieve dos aspectos importantes:
- Por un parte, denuncian la excesiva atención y esfuerzo que se le viene prestando a la celebración del matrimonio como tal, sea civil o religioso, sin atender de manera adecuada a los tiempos que vivimos, a lo que es esencial en la vida de pareja: el amor. Son pocas las familias en las que se comparte abiertamente la relación del hijo o de la hija, parece como si fuera algo privado de ellos…
- Por otra, en mi opinión, quieren darle un sentido más personal a su compromiso de pareja. Es verdad que no en todas las parejas, pues creo que hay un alto porcentaje de ellas que actúan así, porque es lo que hoy se lleva; otras parejas, en menor número, quieren que, el ponerse a vivir juntos, sea como una prueba que les confirme realmente si pueden hacer el camino juntos. Pero hay, además, un número más reducido de parejas, que decide convivir un amor fiel, abierto a la vida y a la solidaridad, pero deseando que ese amor no se vea garantizado desde fuera en una celebración civil o religiosa, sino que asumiendo, su precariedad, encuentran en sí mismos la fuerza para crecer continuamente en su amor de pareja. Con esto no estoy negando el hecho que, también, hay parejas que celebran religiosa o civilmente, con esta misma convicción, pero pienso que igualmente es reducido en número.
He aquí el mensaje que algunas parejas jóvenes, que conozco, están manifestando. Su comportamiento pone de relieve, que para mantener vivo el amor, es necesario que el amor se viva siempre desde dentro de ellos mismos, no desde fuera. Sin duda esta es la dimensión a acoger y potenciar.
Para los creyentes simplemente, y no es poco, explicitamos que ese amor de pareja expresa y manifiesta el Amor que nos habita y fecunda, la presencia de Dios en nuestras vidas.
El celebrarlo o no tiene para mí un valor relativo a como se vive el amor de pareja, esto es lo importante y lo que merece la atención y es digno de celebrarlo.
¿No te parece?
Nacho