Cientos de usuarios y usuarias de la Biblioteca Pública de Guadalajara se negaron a verla languidecer ante la sangría progresiva que suponía la aplicación de los recortes de fondos que provenían del Ministerio de Cultura. Este organismo estatal, del que depende, la ha dejado en los últimos años en el más lamentable abandono. Blanca Calvo, directora de esta biblioteca, confesaba a El País el pasado otoño lo emocionante que le resultó comprobar que nada más enviar un correo pidiendo voluntarios les contestaran inmediatamente un montón de usuarios. “Aunque no deja de ser un dilema moral y profesional”, recalca, “porque son ellos los que están cubriendo necesidades que debería atender el Estado”.
En una ciudad donde el 40% de sus habitantes se ha hecho habitual de este centro del saber y del leer, un grupo de arriacenses se decidieron a pagar con su dinero las suscripciones de 62 publicaciones (antes de la crisis se recibían más de 200) y compraron decenas de novedades editoriales para cubrir el socavón presupuestario. En 2007, último año feliz antes del inicio del desastre financiero, la biblioteca de Guadalajara disponía de 150.000 euros para adquirir material. En 2012 no se logró ni un tercio de aquello (46.000 euros) y para 2013 las previsiones son igual a cero.
En este mismo reportaje al que hemos aludido anteriormente se cuenta la historia de Concha Carlavilla, quien coordinó durante seis años las actividades de animación a la lectura hasta que, en agosto pasado, fue despedida por la Fundación de Cultura y Deporte de Castilla-La Mancha de la que dependía. Concha encarna el espíritu de esta biblioteca como nadie: renunció a su plaza fija de bibliotecaria en un pueblo para trabajar en la de Guadalajara y, pese al despido, prosigue colaborando como voluntaria. “He venido de niña y ahora vienen mis hijas. Esta biblioteca es como un organismo con vida propia y yo quiero seguir participando en ella, aportando mi granito, para que esto siga como siempre desde hace 30 años”, cuenta con vehemencia mientras sujeta en una mano un ejemplar de Al este del Edén sobre el que debatirán en su club de lectura, uno de los 30 que funcionan en la biblioteca y en los que participan 500 adultos y 150 niños. Sus últimas palabras resuenan teñidas de un aire reivindicativo: “En los momentos de crisis es cuando hay que invertir más que nunca en bibliotecas. La gente no tiene dinero para comprar libros, pero sigue necesitando acceder a la cultura y a la información. O es que, además de echarnos del trabajo, ¿tampoco vamos a tener derecho a leer y a saber?”.