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Repensar las «primeras comuniones»

By 16/05/2012Preguntas

Si no queremos que sean las “ultimas”, tenemos que repensar las “comuniones”. ¡Claro que esto supone que es una concreción de lo mucho hay que repensar en la Iglesia para que el Evangelio sea Buena Noticia hoy.

                Si hemos llegado a la situación en que nos encontramos, en buena parte, es responsabilidad de nosotros los sacerdotes y las catequistas por estar más directamente implicados.

                Como sacerdote reconozco que mi reacción, cuando estaba implicado en la pastoral parroquial, fue más bien “dejar hacer” a los padres y catequistas, tratando de motivarles para que las catequistas hicieran lo mejor posible su tarea y los padres se sintieran implicados en la celebración.

Hoy veo las cosas de forma diferente, soy consciente que hay que hacer una pastoral más propositiva, que es desde donde uno se define como creyente y pastor y, la vez, ayuda a poner en evidencia las auténticas intenciones de los padres.

Para mí “repensar” significa que tenemos que ver los cosas desde abajo y no desde arriba, este giro copernicano es fundamental. Si Dios es iniciativa absoluta, si es amor “siempre trabajando” por nuestra salvación-liberación, en “lucha amorosa” contra nuestra resistencia y pasividad, entonces el cambio no está en Dios, sino en nosotros: somos nosotros y no Él quien necesita cambiar. Su amor es permanente y seguro, insegura es nuestra respuesta.

Por eso, si centramos nuestra atención en la Eucaristía como sacramento, símbolo, rito y palabra somos nosotros los que tenemos que crear un espacio celebrativo, que ayude a descubrir y acoger eficazmente la presencia del amor siempre entregado de Dios en encuentro actualmente salvador. De ahí que el centro de la fiesta de la “primera comunión” es Jesús, manifestación del Amor permanente de Dios, que nos invita a hacer posible ese otro mundo que es el reinado de Dios.

Lo que nos corresponde a nosotros como creyentes, sacerdotes y catequistas, es proponer a los padres que se hagan responsables de lo que piden para sus hijos, más que el que sean catequistas (hoy de moda, pero que en el fondo es la falta de catequistas). Recordarles vivamente que participar en la Eucaristía es una maravillosa consecuencia del compromiso que adquirieron cuando les bautizaron.

El tiempo de preparación que le precede es, ante todo, para experimentar que Jesús es alguien importante en casa; que se le tiene en cuenta en las decisiones familiares; que está en nuestros labios cuando se bendice la mesa o se habla de lo cotidiano. Alguien a quien se le reserva un sitio privilegiado en la sala de estar y en el silencio de la noche. Que la catequesis parroquial es una presentación, no un requisito, de la que es su segunda casa y su otra familia (Iglesia), a quien es su Amigo y Señor para siempre (Jesucristo) y que se expresa en alguna forma de solidaridad, pues donde está Jesús hay sitio para todos.

Así la Eucaristía será punto y seguido de la incorporación de los niños y niñas en la comunidad cristiana.

¡Qué cambio tenemos que realizar, sacerdotes y catequistas, si creemos y nos atrevemos a hacer la propuesta! ¿No os parece?

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