El otro día me comentaba un matrimonio joven, recién casados, la necesidad que sienten de tener su propio espacio de soledad y, cómo les ayuda en su relación como pareja. La mujer, quizá más sensible, contaba que había asistido a curso sobre meditación, pues constata la necesidad de entrar en su propio mundo.
Comentábamos cómo en la sociedad actual, parece que ya no es necesario estar solos para vivir la soledad. En cualquier momento -veinticuatro horas al día, siete días a la semana- basta con pulsar un botón para que aparezca la compañía, como por arte de magia. En este mundo “online” (conectado a la red), nadie está nunca lejos, todos parecen estar constantemente a nuestra disposición; siempre hay alguien dispuesto a enviar un mensaje, o hablar por skype unos minutos, de forma que la ausencia temporal pasa desapercibida.
Constatábamos cómo se puede, en este mundo interconectado, entablar “contacto” con otras personas sin iniciar necesariamente una interacción que amenace nuestra intimidad. El “contacto” puede romperse al menor indicio de que la interacción siga un rumbo inadecuado: por lo tanto, no existe el riesgo, ni tampoco la necesidad de buscar excusas, disculparse o mentir, basta con “desconectar”…
Nos parecía que, por lo que vemos en la juventud actual, ya no es necesario temer la soledad, ni exponerse a las exigencias ajenas, a una exigencia de sacrificio o compromiso, de hacer algo que a uno no le apetece sólo porque el otro o los otros lo desean. Esa reconfortante sensación puede disfrutarse incluso en medio de una sala abarrotada, o en un centro comercial, o paseando por una calle céntrica de nuestra ciudad; siempre cabe la posibilidad de “estar espiritualmente ausentes” y “solos”, es posible apartarse de la multitud tecleando un mensaje dirigido a alguien que se encuentra físicamente ausente y que, por lo tanto, momentáneamente no exige ni se compromete.
Llegados a este punto nos preguntábamos ¿acaso nuestra sociedad actual, con la nueva tecnología, ha resuelto la ambivalencia, supuestamente inquietante, que se da en toda relación humana, entre lo reconfortante y estimulante, pero lo engorrosa y conflictiva que es en no pocas ocasiones? La respuesta la tiene que encontrar cada persona. Pero terminábamos, nuestra conversación, con estas dos conclusiones:
- Cuando uno pasa a estar “siempre conectado”, puede que nunca esté total y verdaderamente solo. Y si nunca está solo, entonces es menos probable que uno lea un libro por placer, dibuje, se asome a la ventana e imagine mundosdistintos de los propios… Es menos probable que uno se comunique realmente con los que le rodean.
- Al huir de la soledad, se pierde la oportunidad de disfrutar del aislamiento, ese sublime estado en el que es posible evocar pensamientos, sopesar, reflexionar, crear y, en definitiva, atribuir sentido a la comunicación. Pero entonces, al no haber paladeado su sabor, esa persona nunca sabrá lo que se ha perdido, la ocasión que ha dejado pasar.