Una actividad pastoral, que vengo haciendo desde hace mucho tiempo, es acompañar a parejas que se quieren casar. Lo hacía cuando estaba en la parroquia y lo he continuado haciendo en la parroquia de mi pueblo o cuando me piden lo hijos de amigos o de antiguos feligreses.
En estos días estoy acompañando a una pareja de jóvenes, que viven en una de las primeras parroquias que hace mucho estuve como sacerdote, y que he continuado teniendo muy buena amistad con un grupo de jóvenes de aquel tiempo, cuyos hijos e hijas se vienen casando y me invitan a la celebración, en algunos casos me piden que celebre el sacramento del matrimonio. En el caso de esta pareja concreta les he propuesto hacer algunos encuentros y les he ofrecido unos materiales para que intercambiemos sobre su relación, su autoestima, sus opciones, su proyecto de vida en pareja, su comunicación, sobre el sentido y valor del matrimonio. Y hasta tenemos previsto, con el beneplácito entusiasta de la pareja, para después de la celebración vivir el itinerario de “las siete reglas del amor de la pareja”, para que en la cotidianidad inicial de su vida de pareja les ayude a valorar el hecho de compartir, encuentren su “tiempo” y mantengan un equilibrio entre sus relaciones con las familias, los amigos y hasta con el Dios presente en sus vidas.
Hasta aquí la anécdota, que como se ve no tiene nada de peculiar. Bueno eso me parecía hasta que ha llegado la hora de hacer el expediente matrimonial en su parroquia. Estamos en junio y se casan a finales de agosto, y ahí es donde salta el “algo más” que una simple anécdota. ¿Qué ha sucedido?
Sencillamente que la pareja concretan una cita con el sacerdote de la parroquia para hacer el expediente y el cura párroco, un joven sacerdote muy trabajador y entregado, les informa de los requisitos y documentos necesarios para poder realizar el expediente. Uno de esos documentos es un certificado de haber hecho los cursillos prematrimoniales. Curioso nombre en la situación actual que viven la mayoría de las jóvenes parejas.
Como yo conozco al sacerdote, le llamo por teléfono para informarle de lo que estamos haciendo y lo que prevemos, a la que no dice ni añade nada. Yo creía que mi palabra era suficiente. Pero para sorpresa mía, al día siguiente me llama la pareja y me dice que el cura párroco quiere un certificado con firma y sello. Y aquí se me dispara la sospecha. Pues la misma pareja, más por sus gestos, se dan cuenta de lo que realmente se valora y dónde se pone el acento. Todo es formalidad, ningún detalle de acogida y agradecimiento por la opción que han hecho de celebrar su camino de amor en la Iglesia.
Es curiosa la pastoral matrimonial que se está haciendo en mi diócesis, creo que también está sucediendo en otras diócesis. Ante la situación actual del notable descenso de celebraciones matrimoniales en la iglesia, el hecho común de que las separaciones se dan por igual se casen por lo civil, como si se casan por la iglesia. Creo que nos encontramos en una situación límite de consecuencias imprevisibles, para el actual sistema de transmisión de la fe. Continuamos realizando una pastoral de mantenimiento, en la que se da por supuesto que quien se acerca a pedir un sacramento tienen fe, y nadie tiene porque desconfiar y poner en duda de la fe de las personas, sobre todo si son sencillas. Pero tal vez por simple respeto a las personas que se acercan a pedir un sacramento tenemos que cuidar la acogida, la escucha y el procurar que sea ante todo un encuentro. Tenemos que revisar seriamente lo del “despacho parroquial” – muy significativo el nombre, más bien tenemos que salir e ir a su encuentro.
Frente a esta situación, simplemente enunciada, – espero que al buen entendedor con pocas palabras le baste-. Creo que tendríamos que planearnos seriamente aquello que hace algunos años se plantearon los obispos franceses: “Cómo se hace hoy un cristiano”, porque cristiano no se nace, sino que se hace. Pero lo que se está haciendo, con honrosas excepciones, es una pastoral, que yo llamo del papeleo. Se pide el certificado de bautismo para hacer la primera comunión, se pide la partida de confirmación para ser padrinos, para ser miembros de la junta de las cofradías y un largo etcétera. No puede faltar ninguno de los documentos requeridos. Esta simple anécdota me ha llevado a interrogarme ¿Soy consciente de la imagen de Dios que doy a las personas que se acercan a pedir un sacramento, en este caso el matrimonio? ¿Soy buena noticia en lo que digo, propongo y hago? ¿Qué signos de acogida hago para que las personas puedan despertar, al menos, la curiosidad, el interrogarse, el preocuparse de que hay algo más que un simple rito? ¿Dedico el tiempo necesario para conocer, escuchar, dejarme interpelar por aquello que les preocupa en la vida?
Gracias por esta reflexión. Qué pena, que en pleno siglo XXI, se tenga a Dios (que es apertura, acogida, vida, amor…) en último lugar en la Iglesia, primero son los papeles y esto es casi para todo. Me gustó mucho las interrogantes que haces al final. Creo esas mismas interrogantes los vamos a plantear en el taller de agosto con los agentes de pastoral de Vicariato de Jaén. Bendiciones.
ELMER MEGO PÉREZ
secretario ejecutivo del EVAP