Un martes cualquiera
9:00 Me levanto perezosamente. Desayuno, me aseo, arreglo un poco la habitación… Ropa de deporte. Lista para ir al gimnasio.
11:00-12:00 Deporte, risas, bromas… Nos vemos el jueves.
12:00 Despacho parroquial. Abrir cajones, encender el ordenador: Programa: Ayudas.
Que pase el primero.
– ¡Hola, Magy! ¿Cómo estás?
– Bien.
– ¡Qué guapa vienes! Me gusta tu pelo. –sonríe- Es diferente al del mes pasado. –sonríe- Si, me gusta ese color. -Es un azul oscuro y brillante-.
-¿A ver? –le miro a los ojos- ¿Cómo estás, Magy?
-Bien…
-Me ha parecido por un momento que estás triste.
-Bueno… la vida, que es muy dura. Si, a veces…
-¿Te pasa algo especial?
-No.
Ha venido de Nigeria. Lleva más de cuatro años viniendo a la parroquia por una pequeña ayuda. 50 euros al mes. Vive en una habitación compartida. No está empadronada. No tiene papeles. Vive de la prostitución. Poco más sé de ella.
Le damos esa cantidad y la incluimos en la lista de reparto de alimentos. Sin padrón no tiene derecho. Nos saltamos la norma.
Ella ha venido buscando una vida digna…
Necesita enviar dinero a su familia para justificar su salida de su país.
Nosotros le ayudamos en lo que –decimos- podemos.
La justicia. ¿Hasta dónde llega? ¿Se asoma?
Llegado a este punto ya no sé cómo continuar. Me faltan las palabras y la respiración.
Me da igual que en su país, el gobierno sea corrupto, que bastantes problemas tenemos aquí, que si no vienen a trabajar ¿para qué vienen?, que se vuelvan a su país…
Es Magy con sus ilusiones, con sus deseos de vivir, de sentirse útil y querida, como yo, como tú, como nosotros.
La ayuda que le damos es la que necesita?
No le damos el tiempo necesario, la atención que necesita, el cariño que necesita.
Nos esperan unos cuantos más en la cola para recibir unos euros.
-Magy, adiós, hasta el mes que viene.
Los pobres nos tendrán que perdonar la ayuda que les damos.