He tenido la ocasión de adentrarme en la pastoral de tres parroquias, cuyo sacerdote responsable termina de sufrir una seria intervención quirúrgica. Estoy experimentando cómo está afectando la disminución de sacerdotes en un ámbito bien concreto. Aunque tengo que reconocer que, muy frecuentemente, se nos olvida que también están disminuyendo los cristianos practicantes, y que estos, son cada vez más mayores.
La sobrecarga de lo institucional en la pastoral actual, especialmente en los sacerdotes (se nos olvida que también afecta a la feligresía), se está convirtiendo en una trampa mortal. A veces vivimos con la sensación de que debemos llegar a todo y cubrir todos los flancos, sin duda los más importantes (Evangelización, solidaridad, espiritualidad) quedan desatendidos, a causa de las urgencias que se imponen. Todo esto produce en los sacerdotes y agentes de pastoral un peligroso cansancio y una pérdida de frescura interior que se transmite a aquellas personas con quienes estamos. El peso de lo institucional a veces nos abruma y, a veces, lleva consigo una pérdida de la pasión por evangelizar y la falta de centrarnos en la espiritualidad, que es la que motiva desde dentro, para afrontar la situación que vivimos.
Conste que las víctimas de lo institucional no es algo que ocurre solo en la Iglesia, se da también en la política, en las Ongs, asociaciones deportivas, en las congregaciones etc., allá donde no se tenga en cuenta la singularidad de cada persona domina lo institucional. Esta será siempre una tarea que hay que estar en constante vigilancia.
Creo que los responsables diocesanos están preocupados por esta situación de disminución y envejecimiento del clero. Percibo que no están acertando en hacer un diagnóstico de la situación, pues continúan teniendo una visión geográfica de la diócesis heredada de la cristiandad. La diócesis como conjunto de parroquias que la integran, no de personas creyentes. Podemos hablar de iglesia vaciada (no solo por la no presencia, sino por lo que ofrece), curiosamente en medio de la multitud. Desde esta visión de la realidad no se puede afrontar la situación real y desafiante de la Iglesia en el mundo actual.
Los intentos que se han hecho, en algunas diócesis, para afrontar dicha situación, no terminan de acertar ni de satisfacer. Uno de los intentos ha sido aglutinar las parroquias, en el mundo rural creando las “Unidades Pastorales” y en las ciudades la aglutinación se ha hecho en torno a una parroquia central. Sinceramente creo, sin juzgar las buenas intenciones de los responsables, esto ha sido un fracaso puesto que se fija aisladamente en la reforma de las estructuras, y ahí no está la raíz del problema. El cambio de estructuras no es el que lleva al cambio-conversión de las personas, sino al contrario, es la conversión de las personas y de sus relaciones la que puede crear y renovar las estructuras.
El otro intento ha sido el traer misioneros de fuera, ¡craso fracaso! En la Iglesia siempre ha habido movilidad apostólica, signo de la vitalidad eclesial y de la disponibilidad de sus miembros para ir allí donde sea necesario. Pero es preciso examinar a fondo y con mucha honestidad de dónde vienen los motivos. En ocasiones se detecta un interés desordenado por el mantenimiento de las instituciones y las obras apostólicas de larga historia. Esto poco o nada tiene que ver con la evangelización. Somos quienes somos, y bienvenidos todos los que se sumen por motivos de “misión”, procedan de donde procedan, pero no por estudios u otros intereses no declarados.
Es por todo esto, que creo que el bloqueo institucional es uno de los grandes obstáculos para afrontar los desafíos actuales. Lo estamos constatando en la Convocación del papa Francisco al Sínodo 2021-2023 a toda la Iglesia. Ha llegado a todos la noticia del evento por los medios de comunicación y redes sociales, pero los cauces de comunicación, las estructuras de participación, las tomas de decisiones en la iglesia están obstruidas y son unidireccionales, por ellas puede circular la información pero no puede circular ni la vida, ni el testimonio, ni la solidaridad…
¿Qué hay que hacer? ¿Por dónde empezar?
Todo cambio-conversión y toda misión en la Iglesia comienza: “por mí y por ti”. Empezar “por ti y por mí” es, antes que cualquier voluntarismo de la acción, una llamada a la conversión-cambio personal. La Iglesia la formamos aquellos hombres y mujeres que nos hemos sentido, de alguna manera, visitados por la presencia amorosa de Dios que nos llama a la conversión y nos invita a apostar por una humanidad fraterna y solidaria…
Pero esto será objeto de otro compartir. Ahora quisiera, después de expresar mi opinión abierta sobre el obstáculo institucional, escuchar las opiniones de los escuchantes, sobre los obstáculos que consideran más significativos para vivir y promover una Iglesia sinodal y en salida.
Nacho González
Tus reflexiones me han parecido muy interesantes, profundas y oportunas. Me han hecho pensar, meditar y han movido en mi interior cuestiones válidas para mi vida espiritual, por todo ello ¡Gracias!
Empiezo por las dos cuestiones que planteas ¿Qué hacer? ¿Por dónde empezar? Me planteo que soy yo quien tiene que empezar por hacerme consciente de mi propia conversión y mi propio proceso de crecimiento espiritual para que, luego, en la medida en que me modifique yo, junto con otros, podremos contribuir a que se modifiquen las estructuras. No me vale decir “…no va a servir para nada…””,… las estructuras son las que son y ahí no se va a mover nada…”, yo me creo lo de aquel dicho “Un grano no hace granero, pero ayuda al compañero”, mi aportación, mi “granito” puede ser el inicio de una línea de modificación.
Planteas cuestiones muy serias y actuales, vivimos en un momento en que las instituciones están en crisis, quizás porque a los distintos poderes les interese esa crisis institucional, así se maneja mejor el poder. Las instituciones y las estructuras, son necesarias, pero lo son en la medida en que sirven a las personas, (ése es el objeto por el que nacen), sin embargo suelen convertirse en lugar de servidoras, en agentes a su propio servicio, es decir, piensan más en su propia defensa y mantenimiento de su estructura, que en el objetivo por el que existen. En la Iglesia, ha ocurrido en cierto modo esto mismo, quizás ahí esté una de las razones por las que se están “vaciando” los templos y cada vez haya menos “practicantes” y un progresivo alejamiento de los creyentes de una institución más interesada por el “número” y por el “culto” que por las personas. Entiendo, que empezando por esa conversión personal, convendría ayudar a volver a una Iglesia, más sencilla, de pequeñas comunidades e interesada en las personas, menos ritualizada y al servicio de las mismas .
Cristóbal