Hay personas que en estas fechas se sienten tristes bien porque están viviendo un duelo, una enfermedad propia o de un ser querido, o sufren las consecuencias de la crisis del sistema económico, como son el paro, los desahucios, emigración, exclusión y… por otros tanto motivos…
Otras personas se dejan llevar por el ritmo navideño y vacacional que nos programa la sociedad del descarte, del consumo, de la oferta de placeres a quienes ni tienen para saciar el hambre, ni para pagar la luz… o que esperan que la lotería, otra oferta con expectativas alientes, pueda calmar tanta carencia e indiferencia…
Hay quienes a pesar de todo creen, y a los que me uno, que es posible, no sin dificultad, vivir la alegría de Navidad. Sin duda que hay que situarse con actitud crítica, por ello me he preguntado, me he cuestionado: ¿qué y cómo quiero vivir en estos días de Navidad? ¿cómo justificar el despilfarro que se nos ofrece como felicidad con la celebración del nacimiento de Jesús en pobreza, privación y marginación?
Si se tratara solamente de la narración de un hecho pasado y lejano que no afectara a la humanidad. Pero no celebramos un cumpleaños, sino que Dios se está encarnando siempre en favor de los pobres, los marginados y las víctimas de este sistema que, como ha repetido el Papa Francisco, mata. Esto es harina de otro costal, sobre todo para quienes queremos seguir a Jesús, que somos mediación y testigos de su presencia.
La experiencia de los años, la opción por vivir desde dentro y el hecho de habituarme a discernir en mi vida cotidiana me está ayudando a comprender que no es lo mismo el placer que la alegría.
El placer, como el dolor, es un mecanismo que tenemos los humanos para asegurar nuestra supervivencia como individuos y como especie. Son respuestas automáticas de nuestro organismo ante lo que es bueno o perjudicial para mí. Constato que el ambiente navideño de música, anuncios, invitaciones, regalos, lotería… es como un estímulo al que no resulta fácil sustraerse, parece como si no hubiera más remedio que dejarse llevar o marcharse o no seguir la corriente, lo que te lleva a ser percibido como alguien raro….
Pero mi experiencia me dice que sí es posible, que hay otro camino para vivir la alegría de la Navidad. Pues la alegría es un estado de ánimo que tengo que alimentar desde dentro de mí mismo, lo que me ha supuesto tener un conocimiento de mí mismo cada vez más profundo, un equilibrio interior que he ido madurando con el tiempo. Así, con los años comprendo que la alegría se fundamenta en mí ser más profundo, no en lo accidental que puedo tener hoy y perder mañana. No se apoya en el éxito, en el poder, en la riqueza, realidades que me vienen de fuera. Pero tampoco se puede apoyar, lo estoy constatando ahora en propia carne, en la salud, en las cualidades físicas e intelectuales, porque también estas realidades son efímeras y antes, más bien que tarde voy perdiendo.
En definitiva ser alegre en estos días, como en el resto de los días del año, no depende solamente de las circunstancias que me rodean, sino de la manera como yo respondo a esas influencias de lo externo y de lo interno, que me llevan al encuentro de los demás, pues no es posible la alegría sin que sea compartida, no así el placer que me encierra más en mí mismo.
Por todo eso opto por la alegría de la Navidad, es decir, vivir con sencillez y naturalidad este tiempo de Navidad, queriendo seguir a Jesús que no tuvo a menos hacerse uno de tantos de los humanos, compartir con los que se sienten tristes y olvidados para que puedan vivir la alegría que nace de asumir con realismo la vida cotidiana; siendo crítico con mi manera de vivir para que no se dejan llevar por el folklore navideño; siendo exigente en el Ideal de vida, pero comprensivo y compasivo con la debilidad, el fracaso y el error. En definitiva un tiempo para entrenarse a tener presente a los más necesitados todos los días del año, no de manera puntual y ocasional, tal como vivió Jesús, el Dios-con-nosotros.
Nacho
Estoy de acuerdo en tu narración, Nacho, la navidad hay que vivirla desde el interior y compartiendo y compartiendome, me ha hecho mucho bien, porque a veces te preguntas si el espíritu de ese niño «marginal» pero tan revolucionario, donde está. Nos dejamos llevar por el ambiente y perdemos de vista lo importante del mensaje. Gracias por recordarme que otra forma de vivir la Navidad, más humana es posible
Gracias por tu narración. Por poner palabras a muchos sentimientos que comparto. por contagiar alegría y ayudar a descubrir una Navidad cargada de humanidad.