El tiempo que nos ha tocado vivir es un tiempo desafiante, entre otras cosas porque es el nuestro. Es desafiante en el sentido que nos incita, nos provoca y nos impulsa. Aunque en seguida me asalta la duda ¿De verdad me siento provocado, o me siento desamparado, o no siento ninguna inquietud, o simplemente me dejo llevar, como el tapón de corcho, por la corriente de lo que “se piensa”, “se dice”…?
Reconozco que el tiempo actual me está apasionando cada vez más, entre otras cosas porque lo estoy viviendo como una oportunidad de vivir más plenamente. Son tantos los aspectos y situaciones de la vida que me invitan a tomar una postura personal, que a veces tengo la sensación como si comenzara a vivir, a pesar de mis muchos años.
Estoy dándome cuenta que, a través de toda relación con las personas, con la vida, con Dios, tengo la ocasión y la capacidad de entrar en relación conmigo mismo y de comprender que mi mundo interior se refleja, se proyecta al exterior, como también el entorno se proyecta sobre mí. Un ejemplo puede ayudar a comprender lo que quiero decir. Muchas personas recordarán el antiguo proyector de diapositivas – nada tiene nada que ver con las nuevas tecnologías digitales de hoy-, que a través de un dispositivo de luz proyectaba la imagen en la pared, lo que en su tiempo era todo un éxito para que la familia o el grupo pudiera ver las imágenes. Haciendo una traslación diría que la diapositiva soy yo que me proyecto en las otras personas con las que me encuentro, las situaciones en las que participo, etc.
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